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Historia de Aelehndel le Fay

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Mensaje por Aelehndel Le Fay Miér Mayo 19 2010, 15:13

Nombre: Aelehndel le Fay

Edad: Más de doscientos y menos de trescientos, pero no me acuerdo.

Criatura: Elfa de los Bosques


Descripción: Mira la foto vago¬¬

Lugar de origen: En medio de un bosque (y no va de broma)

Historia:

Nací hace...bah, demasiado tiempo como para recordarlo, pero fue un 30 de Enero. Aquel día nevaba. Viví en una casa pequeña con mi madre, ya que mi padre desapareció a los diez años. Tenía el pelo rojo fuego como él, aunque había nacido elfa, como mi madre. Crecí feliz rodeada de naturaleza, ante la mirada fría y triste de mi madre. No supe hasta mucho después por qué siempre estaba triste.
Mi historia comienza mucho después, cuando yo cumplía los cincuenta años (pero tenía la imagen de una niña de cinco o seis), estaba jugando detrás de la casa, esperando a que mi madre acabara de hacer nosequé, para poder ir al pueblo a ver a mis amigos. No me solía relacionar mucho, ya que comprendía perfectamente que yo no era como los demás, yo era mágica y mi crecimiento era muchísimo más lento. Encontré un pequeño árbol, todo marchito entre dos arces enormes. Me dio pena y extendí mi mano hacia él. Lo rocé con los dedos y hubo un chispazo, y un hormigueo me recorrió el brazo. El arbolito cobró vida. No habían pasado ni dos segundos cuando mi madre apareció tras mía.
-¿Que ha pasado?- temblaba como una hoja y su voz reflejaba pánico.
-¡Mira mami, he hecho renacer al arbolito!- chillé alegre, sin pensar en las consecuencias -¿Mama?¿Que pasa?- no me respondió. Me llevó dentro de la casa y cerró con llave. Ese día no salimos.
Aquel día, sin saberlo, había descubierto la magia, una magia que corría por mis venas por ser hija de quien era. Aquella noche, mi madre me hizo prometer que nunca jamás volvería a hacer eso. Lo prometí, aún no muy segura y muy consternada. Siguió el transcurso del tiempo, pasó un año, veinte, cien. Practicaba la magia a escondidas, desarrollando el don que me unía a la naturaleza. Pero mi imagen seguía siendo la de una niña de quince años. Un día que estaba especialmente lóbrego y lluvioso llegaba a tarde a casa. Me había entretenido en el fondo del bosque, ayudando a unos animalillos. A tres o cuatro metros de la casa, oí las voces apagadas de mis padres. Me puse a dar saltos mientras me acercaba. ¡Papa había vuelto! Fui a entrar, pero el tono enfadado de mi madre me lo impidió. Me subí a una de las ramas más cercanas y escuché.
-[···]¡Que no! Aeleh es una chiquilla alegre y despreocupada, ¡la matarás si te la llevas!- la voz de mi madre sonaba desesperada.
-Nació para ello y tu estuviste de acuerdo. Sabías que tarde o temprano renacería, por mucho que la durmieras- añadió con sorna, la voz de mi padre.
-¡Y me habría salido bien si no hubiera sido por tu dichosa prueba! ¿Creías que no vería el rastro de tu magia en ese árbol?
-Milenn, no puedes luchar contra el destino. Lo siento- la voz de mi padre reflejaba tristeza. Escuché un sollozo ahogado y mi madre salió de casa. Jamás la volví a ver hasta mucho después, pero eso aún no toca.
Al cabo de dos semanas, y tras muchas explicaciones, pusimos rumbo al Valle. Mi padre me explicó el secreto de mi magia, y por que había estado lejos de mí tantos años. Me enseñó a usar mi don en su nivel más básico por el viaje, prometiéndome que en el Valle me ayudaría a perfeccionarla.
Pasé los siguientes cincuenta años en el Valle, estudiando la magia de la naturaleza. Desarrollé mi magia hasta tal punto que me sentía más unida a las plantas y ninfas que a las personas que me rodeaban. Pronto estaría preparada para el gran rito, que me terminaría de preparar para poder sustituir a Garrik en el lugar del círculo de los sabios. Pero mi tío siempre se quejaba de que estaba en las nubes, que no me concentraba en nada. Yo hacía oídos sordos y seguía bailando con las náyades, o saltando entre los árboles. Por eso también llevaba años de retraso.
Uno de los episodios más importantes de mi vida fue la llegada de mi prima al Valle. Era humana, así que tenía muchísimos años menos que yo aunque tuviera el mismo aspecto que yo tras el gran rito, por que yo aparentaba unos veintialgo. Tenía el mismo pelo rojo fuego, aunque sus ojos son marrones. En mi opinión había tenido que crecer demasiado deprisa, que había vivido mucho en muy poco tiempo para poder asumir una misión demasiado importante. Eso la había dotado de un carácter serio y maduro, contrario al mío. La conocí los primeros días después del gran rito. Llegué como una sombra entre los árboles, saltando de rama en rama. Ella andaba tranquilamente, con una expresión entre la tristeza y el aturdimiento. No parecía haber salido muy bien parada del rito. Lo mío sería muy distinto, más un examen que una prueba. Me descolgué bocabajo delante de ella.
-¡Hola! ¿Qué tal? ¿Nueva?- pregunté, dándole un susto de muerte –Yo soy Aelehndel, hija de Garrik, sobrina de Hayden- usé la forma de cortesía, más larga para que pudiera situarse.
-¿Qué?Ah, buenas tardes, soy Morrigan- contestó malhumorada, viendo como me balanceaba bocabajo. Comenzó a andar rápidamente, por lo que me tocó descolgarme y caminar a su lado. Ese nombre me lo había mencionado mi padre hace unas semanas, se trataba de mi prima, pero ella no lo sabía. Sonreí abiertamente.
-Entonces...¿te llamas Morrigan? ¡Perfecto!¿Te puedo llamar Morri? Tú a mí Aeleh- dije alegremente, mientras andaba pegando saltitos. Ella se paró en seco, mirándome fijamente.
-Esto...si, no es para nada perfecto y ni se te ocurra volver a llamarme Morri- respondió en un tono cortante.
-Vale Morri, bueno tengo clase con Hayden, supongo que lo conocerás, es maestro de medio Valle. ¡Adios!- sonreí, ladeando la cabeza y me fui a través del bosque, dejando a mi prima en medio del camino con las palabras en la boca. Con el tiempo nos hicimos amigas. Nos protegíamos mutuamente, aunque solía ser ella a mí. Consiguió que me centrara ligeramente en los estudios y yo conseguí sacarla de sus casillas y hacerla reir de vez en cuando.
Cuatro años después, me presenté a mi examen. Las pruebas no fueron complicadas, pero si lo fue asumir lo que me dijo el Lago. También me había dotado de las tres cosas que me faltaban para ser una buena líder; sensatez, seriedad y madurez. Lo que no había conseguido adquirir en 211 años, lo había aprendido en apenas seis horas. Comprendí que cuando Garrik muriese, yo tendría que ocupar su lugar entre los sabios, soportado el peso el poder de la madre tierra. Naturaleza silvestre, libre y salvaje era lo que tenía que proteger ante la desolación y la muerte. De alguna manera, éramos la oposición a la destrucción del fuego, o, en otras palabras, mi prima y mi tío. Aquel simple hecho me unió a ellos más de lo que pudieran imaginar. El secreto del rito era sagrado para mí.
Durante los siguientes años estuve al lado de Morrigan, perfeccionando mi magia. Una noche de tantas, después de haberme pasado la tarde en lo profundo del bosque, me fui a buscar a Morri. La encontré sentada a los pies de un roble, de SU roble. Me descolgué y aparecí bocabajo enfrente de ella.
-Buenas tardes Aelehn- me dijo tranquilamente, mientras cerraba su libro con parsimonia. Ella siempre me llamaba Aelehn, no le entraba en la cabeza Aeleh, no señor.
-Ya nunca te asustas
-Costumbre
-Bueno, querías verme ¿qué quieres?- no respondió. Aproveché y me senté a su lado, contemplando la puesta de sol. Balanceé ligeramente las piernas. Mi prima suspiró y me miró a los ojos.
-Aelehn cierra los ojos
-¿Por?
-Tú hazlo y calla- obedecí, mas por curiosidad que por otra cosa. Me tocó el brazo y noté que algo pesado pendía ahora de él. Abrí los ojos y miré. Eran (el de Morri y el mío) dos brazaletes de plata, ligeramente distintos, con una inscripción; Elen sila lummen’ omentielvo. Me tiré encima de ella.
-¡Morrigan son preciosos!
-Vaya gracias, me alegro de que te guste
-Sinceramente, no me lo esperaba. Es que...-fui a explicarme pero me lo impidió.
-Eh, que no soy una piedra, aunque a veces no lo demuestre tengo sentimientos- me encogí de hombros y me eché a reir. No le iba a decir eso, pero vale. Nos quedamos un rato más charlando y Morrigan, al rato, me abrazó.
-¡Joder! Si que tienes sentimientos si- me sorprendí.
-Anda calla, y sabes que siempre te protegeré- sonreí ante esas palabras. Al día siguiente, Morrigan se fue del Valle. Pronto sentí que yo también me debía de ir, pero no me decidía. Así pasaron otros cinco años.
-Estooo ¿padre?
-Por fin te has decidido- no era una pregunta, era una afirmación. Asentí.
-Me voy, me voy a buscar a...a Milenn
-Tendría que haber imaginadoque tarde o temprano la buscarías. Suerte. Ve en paz, mi chiquilla- me dio un beso en la frente, como una especie de bendición. Aquella noche vi por última vez la sombra del Valle. Salvo mi padre, nadie sabía de mi partida.
Poco a poco perdí la noción del tiempo. Mi primera parada fue en mi casa, ahora habitada por las plantas del bosque. En el pueblo nadie recordaba a la hija de la curandera, pero me miraban con desconfianza. Después me dejé guiar por mi instinto. Siempre acababa en lugares pequeños, rebosantes de magia y vida. Los campesinos hablaban de una curandera inmortal, y yo me dejaba llevar por leyenda. Una noche decidí acampar en lo alto de un árbol, en el claro de un gran bosque que rodeaba una ciudad. Normalmente dormía hasta el amanecer apoyada en mi zurrón, pero aquella noche fue diferente. Tuve un sueño agitado, en el que salía una mujer elfa de ojos verdes llenos de sabiduría y pelo blanco como la nieve. Cuando fue a decirme algo, pero el sueño acabó dándome un batacazo contra el suelo. Oí un susurro en el aire, alguien se acercaba. En menos de un segundo saqué mi daga y me levanté sin abrir los ojos apenas, en tensión.
-Aargh!- otro batacazo contra el suelo. Abrí un ojo. Había un chaval en el suelo.
-¡Estás loca! ¡Por poco me matas!
-¡Eres tú el que se ha acercado a mí en medio de la noche!- con el susto se me había olvidado poner en funcionamiento el hechizo que me hacía parecer una humana, ocultando mis rasgos élficos.
-Esto me pasa por acercarme a una elfa, aunque sea solo por ayudar. Teneís muy buenos reflejos- me puse rígida, y lo miré más detenidamente, tenía la piel blanca, los ojos enrojecidos, era guapo... . Lo que yo había tomado por un chaval era un vampiro, que me sonreía amistosamente, aunque de su sonrisa asomaran ligeramente sus colmillos. Me puse en una posición más prudente, mientras lo observaba fijamente. Mi último encontronazo con un ser mágico no había resultado agradable, sobretodo para el otro ser.
-Razón llevas. Yo tampoco tendría que seguir hablando con un vampiro, adiós- recogí el zurrón y eché a andar. Se quedó un momento parado antes de reaccionar y seguirme. Suspiré, yo no quería compañía en una búsqueda que debía de hacer sola. Y él estaba comenzando a resultar molesto.
-¿Qué hace por aquí?
-Algo que no le va ni le viene. ¿Te gusta jugar con la comida?- respondí secamente, mientras intentaba alejarme de aquel lugar. Ahora le tocó a él ponerse rígido ante mis palabras.
-No pretendo matarla, si no ayudarla y ser amable. Pero veo que lo que piensa de mi es contrario a mis pretensiones, la dejo en paz- vale, sus palabras me sentaron mal, haciendome repensar lo que acababa de decir. Retrocedí hasta él.
-Me llamo Aelehndel, llámame Aeleh y no uses el usted- dije presentándome con una sonrisa.
-Karlott- me dijo él. Ahogué una risa, su nombre sonaba a zanahoria. Karlott resultó ser un inestimable compañero, sabía muchas cosas y congeniamos enseguida. El único defecto eran sus gustos alimenticios. Yo no lo soportaba, aunque lo comprendía y conseguía tolerarlo, además que él siempre cazaba lejos de mí. Por mi culpa aguantó muchas veces la sed más de lo que debería, poniéndose en peligro. Le decía que no lo hiciera, pero era más tozudo que una mula. Pronto fuimos algo más que compañeros, poco a poco nos habíamos enamorado. Después de una de las tantas noches que pasamos juntos, me hizo una pregunta difícil.
-¿Y si nunca encontramos a tu madre?
-La esperanza es lo último que se pierde- le recordé suavemente.
-Pero ¿y si está muerta, o ha cambiado de aspecto?
-Si estuviera muerta lo sabría y tranquilo, la reconoceré en cuanto la tenga delante
-Aeleh, hace años que recorremos el mundo
-¿No quieres seguir? ¿O es que ya no estás a gusto conmigo?- suspiró y apoyó sus labios en mi escote. Pasé los brazos alrededor suyo.
-Aelehndel eso ni en broma. Mi vida ya no es nada sin ti y tú lo sabes perfectamente ¿no te lo he dicho ya millones de veces?
-Pero...- le ayudé a que soltara lo que quería decirme.
-Pero yo a esto ya no le veo sentido. Ni siquiera recuerdas cuando te fuiste del Valle- un escalofrío recorrió mi espalda, Karlott había dado en el clavo. Y aún no había terminado -Lo que quiero es vivir tranquilo contigo, tener un lugar al que llamar hogar
-Pero...bueno vale, lo pensaré- prometí. Me acurruqué entre sus brazos dispuesta a dormir.
Poco a poco las palabras de Karlott hicieron mella en mí. Siempre hablaba de un lugar en que viviríamos tranquilos. Un día decidimos poner rumbo hacía ese lugar. Era un pueblo pequeño, escondido en medio de un gran bosque. Problema, mis futuros vecinos serían los carnívoros más grande del mundo mágico. Ante este detalle Karlott intentó que desistiera, pero era tan cabezona como él y la idea ya se había asentado en mi cabeza.
Nos instalamos en una casa grande, a los lindes del bosque. Nos casamos, o al menos nos considerábamos marido y mujer. Al cabo de poco más de un año, nació Godith. Era una niña preciosa, vampiresa, aunque de impresionantes ojos verdes. Y le repelía tener que comerse a alguien, odiaba tener que matar. Gracias a las diosas toleraba mi comida, aunque le enseñé a matar con menos remordimientos, como me enseñó Hayden a mí, hacía mucho. Una noche de primavera, cuando Godith tenía dos años, apareció ella. Tenía el pelo blanco como la nieve, que le caía por la espalda como un manto. De piel morena y extraordinarios ojos verdes, los mismos que Godith. Me quedé helada, y Karlott lo notó.
-Godith ven, vamos a dentro- le dijo con delicadeza, mientras la cogía de mis brazos. Empezó a lloriquear, pero no se resistió.
-¿Cómo te atreves a aparecer aquí y perturbar mi hogar?- le espeté, cruzando los brazos, ceñuda.
-Aelehndel, estás en peligro- tenía la misma voz que yo recordaba.
-Si claro ¿qué he hecho ahora? Madre, la soy mayorcita para cuidarme sola- ni que tuviera cien años, era absurdo, ella no sabía por donde había tenido que pasar.
-¿Arriesgarás la vida de Karlott?
-Es un vampiro, cuesta bastante matarlo. Además es fuerte, se las apañará.
-¿Y Godith? ¿También la arriesgarás?- ahí ya no supe que contestar. La quería más que a nada en el mundo, por nada hubiese querido que le ocurriera nada malo, y menos aún si yo pudiese evitarlo. Empecé a toquitearme la oreja derecha, preocupada.
-Vale, has ganado. Pero antes respóndeme a una cosa. ¿Por qué te escondiste de mí? Me habrías ahorrado muchísimos problemas.
-No estabas preparada. Además, si me hubieras encontrado no habrías conocido a Karlott- otra vez había en el clavo. Seguía poseyendo la sabiduría de los milenios.
-Esta bien. ¿Qué tengo que hacer?
-Tienes que alejarte de aquí para que no se les ocurra venir aquí a preguntar. Y tienes que encontrar a Morrigan. Con ella estarás segura.
-¿Cómo conoces a Morri? Bueno, da igual, pero eso es imposible. Morrigan desapareció hace siglos del Valle, antes que yo.
-Y si hubieras vuelto por allí, sabrías que tu padre y tu tío la tienen localizada, lo complicado es llegar hasta ese lugar- suspiré y la miré a los ojos, tenía razón. Demasiada razón. Entré en mi casa, dispuesta a convencer a Karlott de que no me siguiera. Él tenía que cuidar de nuestra pequeña, eso lo entendería. Lamentaba no poder verla crecer, y necesitaba estar segura de que estaba con alguien en el que confiara plenamente. Subí por las escaleras, sabía donde estaría.
-¿Hace falta que te lo pregunte?- pregunté suavemente, rodeándolo por detrás con mis brazos. Se giró hacia mí, con ojos serios. Suspiré al mirarlo, ese semblante siempre me cortaba la respiración.
-No y la respuesta es no. ¿Cómo te voy a dejar ir sola contra quien sabe que peligros?
-Pero te tienes que quedar aquí, con nuestra hija. Necesito que te quedes con ella, saber que está segura.
-Pero Aeleh...- perdí la paciencia.
-Ni peros ni peras Karlott. Te tienes que quedar y lo sabes- ya no respondió. Sonrió amargamente, aceptando la derrota. Tenía los ojos enrojecidos de no poder llorar, pero yo lloraba por los dos. La paz que habíamos conseguido había sido tan efímera... Él tenía las manos crispadas en sendos puños, y yo enrosqué mis manos en ellos. Karlott ahogó la tristeza en mil besos y caricias y yo no quería que acabara nunca. Eso significaría mi partida. Pero el momento acabó. Recogí unas pocas cosas, llevándome una diadema de plata de Godith que le había regalado hace poco Karlott y la metí en mi sempiterno zurrón. Aquella noche, con gran tristeza en el corazón y los ojos anegados de lágrimas, di la espalda a mi hogar y me eché otra vez a los caminos.
Huía de algo que no sabía lo que era, buscaba un lugar que no conocía. Pasaron exactamente veinte años antes del día que se estropeó todo. Nos encontrábamos en un acantilado, rodeados de árboles. Karlott había aparecido el día anterior, para gran desconcierto y alegría mía. Durante horas no pudimos hablar, pero cuando lo hicimos me habló de nuestra pequeña, que ya era una mujer. Los había echado de menos a los dos. Karlott también había estado hablando en privado con Milenn, volviendo con el rostro triste y pensativo. Intenté que me lo contara, pero fue inútil. Aquella noche nos atacaron. Venían de todas partes, silenciosos y escurridizos como la misma muerte. Nos preparamos para luchar, bueno, mejor dicho se prepararon para protegerme. Milenn me miró de manera extraña, haciéndome sentir que algo no iba bien.
-Lo siento pequeña
-¿Qué? ¡No! Por favor- supliqué por evitar lo que iba a suceder, pero Milenn había terminado el hechizo que me haría olvidar mis recuerdos de adulta, sumiéndolos en la oscuridad del olvido.
Me encontraba en medio de una batalla, en el interior de un bosque. Corrí para refugiarme, ya que no sabía donde estaba mi arco, y me encontraba confusa. Saqué mi daga y me preparé por si tenía que luchar. ¿Qué hacía aquí? Había salido del Valle para buscar a...Morrigan, si era eso. Uno de los enemigos vino hacia mí, persiguiendo a un vampiro. La cara del vampiro me sonaba.
-¡No mires atrás!- me dijo, instándome a que corriera. Obedecí sin rechistar, con tal de alejarme de allí. Corrí al interior del bosque hasta que ya no pude más, y me encaramé a un gran pino, cayendo dormida en una de sus ramas, desvanecida por el hechizo de Milenn. El hechizo cortó los últimos momentos de mi vida, referentes a la batalla y el vampiro. Dormí durante dos días seguidos.
Me desperté sonriente, sintiendo que mi búsqueda tocaba su fin. Me encontraba descansada y dispuesta a todo, mientras me internaba en el bosque del lugar que tanto llevaba buscando. Salté de árbol en árbol, buscando la presencia de mi prima. Al fin, encontré a mi prima entre las ramas de un roble, a la que reconocí por su roja cabellera. Como cuando éramos pequeñas, me descolgué enfrente de ella, balanceándome bocabajo para saludarla.
-¡Morri!
Había llegado a Bhelannia, sin más recuerdos del de salir del Valle para buscar a mi prima.
Aelehndel Le Fay
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Nathur
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Hoja de personaje
*Criatura: Elfa de los Bosques
*Descripción física: Pelo rojizo, ojos azul intenso. Piel de color blanca y alta, estilizada. Como todos los elfos, tiene una belleza y gracia natural, que ella resalta por su inocencia.
*Carácter: Es muy directa y le gusta divertirse antes de tener que hacer alguna tarea pesada, como si fuera aún una infante. Ha perdido sus recuerdos, por lo que en estos momentos está algo irascible. Amiga de la gente, en pocos llega a posar toda su confianza, pero cuando lo hace se convierte en una persona que vale más tenerla de amiga que de enemiga.

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